Hay varios escándalos sobre la mesa. Tenemos a Mercedes Milá interpretando el papel de adolescente desinhibida con las hormonas disparadas y tenemos a Eugenia Rico explicando como puede por qué en su última novela aparecía a título promocional un texto de una crítica del New York Times que nunca se publicó. Sin entrar a valorar cómo ha podido suceder algo así (lo de la falsa crítica del libro de Eugenia Rico y lo de Mercedes Milá invitando al concursante de Gran Hermano primero a que le tocara los pechos y luego enseñándole el culo), lo que es ya muy evidente es que se están pasando todos los límites en el afán por conseguir notoriedad y ventas, o audiencia, que suele ser lo mismo.
Sin ánimo de exhaustividad, hemos visto también a un escritor enseñando el culo, a otro ilustrando un relato de verano con una fotografía suya que lo mostraba en un desnudo frontal, una cantante insultando a los periodistas que acudían a la presentación de su disco… y podríamos seguir.
¿Vale todo por el éxito? ¿El marketing convencional ya no es suficiente y hay que provocar de cualquier manera, cuanto más radical y zafia mejor para llamar la atención? Parece que sí. Parece que hay autores, cantantes, personajes, que se deslizan, a veces mal asesorados, por esta pendiente. Y luego es muy difícil recuperar la credibilidad y la seriedad. Es posible llamar la atención de esa manera. Pero luego quienes lo hacen no pueden reclamar que se les trate con seriedad, como si fueran artistas o creadores libres de toda sospecha.
Hace un tiempo, en una entrevista, la escritora Lucía Etxebarria se preguntaba por qué a ella le hacían siempre preguntas frívolas. Y planteaba a su entrevistador por qué no le hacían esas mismas preguntas ligeras a escritores como Javier Marías. Lo primero que pensé cuando lo leí es que la respuesta estaba bastante clara: porque Javier Marías no ha salido haciendo top less en Interviú.