Veo los periódicos y observo que la muerte de la poeta polaca Wislawa Szymborska ha tenido un eco muy escaso. Algunos no han dado ni línea. Una valoración de la noticia a tono con la popularidad en nuestro país de su obra. Dicho sin demasiados alardes de caridad: ninguna. Si hubiésemos hecho una encuesta la pasada semana, estoy seguro de que ni el 1% hubiese sido capaz de decir quién era. No digamos ya haber leído uno solo de sus poemas.
No estoy criticando el bajo nivel cultural de la población. En absoluto. Es más, para que vean que no es así, me voy a permitir contarles una anécdota. En 1996, cuando la Academia sueca la galardonó con el Nobel, en las redacciones de los medios españoles hubo miradas de perplejidad. ¿Wislava qué?, se preguntó más de uno. Lo he comentado con unos cuantos colegas y varios de ellos me confesaron que -en aquellos tiempos sin Wikipedia y con un uso mínimo de Internet a todos los niveles- cogieron el teléfono para llamar a las librerías más importante de su ciudad en busca de libros de la recién premiada. Con nulo resultado. Ni un ejemplar a la venta. Pocas veces los críticos literarios y los analistas de las decisiones de la Academia sueca habían tenido menos elementos de juicio para dictaminar.
Luego llegaron algunas traducciones en ediciones cortas. Si la poesía es asunto de minorías, los versos de una escritora polaca de nombre impronunciable, aún más. El Nobel le dio alguna notoriedad en medios académicos y entre los lectores más exquisitos. Luego llegó el olvido. O quizá sea mejor decir la nada, porque solo se puede olvidar lo que se ha conocido antes.