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César Coca

Divergencias

El nivel cultural de los políticos (al menos, de algunos)

Esta mañana he leído la entrevista que hacían en El Correo (edición de Álava) a Idoia Zapirain, candidata a las Juntas Generales por Bildu. A la pregunta “¿El nacionalismo se cura viajando?”, que no es más que poner entre interrogantes una celebérrima frase de Baroja (que empieza diciendo que “el carlismo se cura leyendo”), la señora Zapirain contesta diciendo que la no ha oído jamás.

Quiero dejar a un lado otras afirmaciones que hace en la entrevista. No juzgo ideas ni argumentos políticos. Cada cual tiene los suyos, y algunos varios, para poder cambiar según el día de la semana. Pero sí juzgo el nivel cultural. Y me temo que el de una buena parte (por supuesto, no todos; conozco algunos muy cultos y otros que tienen un nivel medio aceptable sin más, pero suficiente) de nuestros políticos es bajo. Incluso muy bajo.

Hace dos años, con motivo de las elecciones al Parlamento vasco, Pello Salaburu, que hacía entrevistas a los candidatos, introdujo un pequeño cuestionario para conocer sus gustos en este ámbito de la cultura y el espectáculo. El resultado fue tirando a triste.

¿Es tan solo el resultado de un sistema educativo que ha castigado la gran cultura hasta reducirla a algo propio de las élites y que por tanto debe ser despreciado por la masa? Puede. Pero creo que hay más cosas. Y la más relevante es, me parece, que el ejercicio profesional de la política se ha convertido en algo cerrado en sí mismo. Porque, vamos a ver, ¿cuántos de los políticos que ustedes conocen serían capaces de ganarse la vida fuera de la política? Dicho de otra forma, ¿cuántos han tenido una carrera profesional de una cierta relevancia en su ámbito antes de ser diputado, parlamentario, ministro, consejero, concejal o lo que sea?

Cuando uno vive por y para la política, sin otro horizonte, no piensa que un día volverá a la vida civil. Es como si en la vida solo hubiera mítines (por cierto, ¿no les llama la atención la tremenda escasez de recursos dialécticos de muchos?), maniobras en las organizaciones locales y ejercicios con el pulsador correspondiente en el Parlamento. Así que para qué molestarse… Es habitual ver a los políticos en los palcos de los campos de fútbol, pero ¿cuántos frecuentan los museos, son asiduos a las librerías o las salas de concierto o viajan por el país recorriendo la ruta del románico? Y si lo hacen, no lo cuentan, como si les diera vergüenza. En cambio, anuncian con orgullo que harán tal ruta en bicicleta, subirán a aquella montaña o harán camping en tal playa. Que nada de eso está mal, ojo. Pero sería conveniente que estuviera combinado con algo que diera poso a su discurso y solvencia intelectual a sus argumentos.

Escuchar estos días las intervenciones públicas y leer las entrevistas a los candidatos es un ejercicio bastante desolador.