Termina la campaña y ha quedado de manifiesto que los partidos políticos han aplicado severos recortes a sus gastos, empezando por los asesores. A saber: si se comparan los discursos mitineros o las intervenciones de nuestros dirigentes políticos en distintos foros con los de, pongamos por ejemplo, el presidente Obama antes y después de su elección, es como para echarse a llorar.

Escucho a nuestros líderes y qué veo: políticos que parecen permanentemente enojados y abroncan a todos sus rivales desde el estrado, a veces enfadados incluso con sus votantes por si acaso dejan de serlo; señores con una penosa dicción, que leen sus intervenciones como si nos les fuera dado improvisar sobre un discurso que deben conocer de memoria; dirigentes que no entienden que su papel no es interrogar a los demás, sino exponer sus proyectos e ilusionar con ellos; cabezas de lista que incurren en una contradicción tras otra y construyen metáforas imposibles… Y todo eso es en buena medida culpa de sus asesores, que están ahí precisamente para evitarlo.

Un desastre. Por lo visto, los asesores entienden que los electores somos tontos y solo podemos digerir mensajes tan elementales que sonrojan a cualquiera que haya terminado la Secundaria. Entienden también que no es importante que sus jefes sepan hablar, entonen bien, pronuncien mejor, no jueguen a ver quién emite la mayor estridencia… Eso debería ser labor de los asesores. Pero como los partidos han recortado tanto sus gastos no tienen dinero, por lo que se ve, para contratar a los buenos profesionales en ese ámbito que hay en este país y han dejado la campaña en manos de aficionados. El resultado del debate político en estas dos semanas no puede ser más pobre.

(Un mensaje para los asesores de todos los partidos, sin distinción: cojan los discursos de Obama durante la campaña de hace tres años y examinen su forma y su contenido. A ver si les inspira algo).