Empieza la campaña electoral y no sabría decir la diferencia entre lo que sucederá mañana y lo que pasaba hoy en lo que se refiere al comportamiento de los candidatos. De los carteles ni hablamos porque afortunadamente apenas los hay, para beneficio de la limpieza de las ciudades.

Así que nos espera una retahíla de propuestas genéricas que siempre se lanzan en estos casos. De todas ellas, me llaman la atención las referidas a la urdimbre política en sí misma. Esas personas que hablan de la necesidad de establecer listas abiertas (olvidando que en el Senado ya se hace así y que los electores, por encima del 95%, votan en bloque a los candidatos de un partido), o de terminar con el sistema d’Hondt, que es un mecanismo de reparto de escaños muy bien considerado por los expertos porque genera parlamentos más gobernables que el proporcional puro y mucho menos distorsionados respecto del número de votos que el mayoritario. O se habla del porcentaje de exclusión (es decir, el porcentaje mínimo de votos para entrar al reparto), sin tener en cuenta que eso no tiene nada que ver con el d’Hondt. En fin, que asuntos muy técnicos de sociología electoral son tratados con toda naturalidad por gente que no sabría aplicar el sistema d’Hondt si ahora les pidiéramos que lo hicieran (y llevamos más de 30 años aplicándolo).

Pero estoy cayendo en mi propia trampa. Quería decirles que puede ser el momento de alejarse del blablablá y emplear el tiempo de mejor forma: leyendo ese libro que tenemos en la mesilla y para el que no encontramos el momento, viendo ese DVD para el que nunca hallamos dos horas libres, visitando esa exposición que tanto interés tiene o escuchando esa música que nos haga más cultos, libres y sensibles. La política es muy importante, pero la política de mitin electoral no me resulta nada atractiva y creo que no soy el único. La cultura es un buen refugio para estos días.