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César Coca

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El valor del prestigio

 

 

 

Todas las marcas quieren ser asociadas con el éxito y, quizá incluso más que eso, con la calidad. Por eso, el mejor reconocimiento que se puede conseguir es que tu imagen, aunque sea ligeramente desvirtuada, se utilice para hablar de algo bueno.

Les digo porque estos días está saliendo en los diarios y en su propia web un anuncio de Caja Laboral en el que ofrecen un producto financiero a los ahorradores: por una imposición, un juego de sartenes. ¿Y saben qué imagen utilizan para ello? Pues unos discos, vinilos por su tamaño, que parecen contener unas sartenes que se suponen estupendas. Se ve la portada del primero de los discos, que anuncia un Concierto de Sartén en do mayor de un compositor llamado Richard Strausskinski (por supuesto, inexistente). Lo peculiar es que el diseño de la carátula del disco se corresponde con el histórico de los elepés y durante un tiempo también compactos de Deutsche Grammophon, ya saben los de la etiqueta amarilla. Sobre estas líneas ven una versión reducida de esa imagen.

Esos discos representaban cuando yo era joven, y desde mucho tiempo atrás, la excelencia musical, lo más exquisito, las mejores grabaciones, los intérpretes más respetados y celebrados. Era ver un disco de esos y no necesitar escucharlo para imaginar que contenía algo sublime, una versión muy importante de una partitura clave en la historia de la música.

Esa fama continúa, pese a la crisis del sector discográfico y a que la afición a la música clásica dista de ser contar entre nosotros con una afición tan numerosa y entusiasta como en otros países. No sé si todo esto ha movido a los publicistas o es un puro desvarío. Pero me gusta esa identificación de lo bueno con la música clásica y con un sello discográfico al que debemos tantas y tantas horas de placer estético.