Hace más o menos un mes estuve por La Rochelle. En su bello puerto se preparaban esos días las carpas y los escenarios para el festival Francofolies, dedicado a la música francesa y con secciones por las que pasaban artistas consagrados, grupos y jóvenes promesas. Había mucha gente y más que llegó en días posteriores (o eso estaba previsto y parece que se confirmó a la vista de las fotos).
Hasta ahí, nada demasiado llamativo. Más cerca de nosotros, incluso aquí mismo, se celebran festivales similares, aunque en general volcados en la música anglosajona o en la que, siendo autóctona, quiere parecerlo. Sí vi en cambio algo que me llamó la atención: dentro del propio festival había un espacio destinado a tertulias literarias con escritores franceses jóvenes. Estaban programadas para todos los días del festival, en horario de mañana, y había emisoras de radio que iban a emitirlas.
No sé la audiencia que tuvieron las tertulias (me fui de La Rochelle apenas unas horas antes de que empezara el festival) pero la idea me pareció buena. Los miles de jóvenes y no tan jóvenes que estaban en la ciudad asistían a los conciertos al caer la noche y luego, durante el día, no tenían nada especial que hacer, al margen de pasear por el puerto, ir a la playa o tomar algo en las terrazas. Así que la cultura era una buena alternativa al menos para una minoría. Viéndolo, me pregunté si en los festivales de este tipo de nuestro entorno no se podría reservar un espacio, aunque fuera pequeño, para la literatura.