Tuve buenos profesores en la Facultad. La mayoría lo era. Sé que no todos los universitarios pueden decir lo mismo pero también me pregunto si en ocasiones la culpa no será tanto del profesor como del alumno. En la Facultad aprendí los fundamentos del periodismo y la comunicación, las bases sobre las que luego desarrollar la profesión. La teoría es importante porque da criterio, ordena la cabeza y otorga la facultad de mirar con más interés y sagacidad.
Pero todo eso sirve de poco si cuando se llega a un medio de comunicación no se encuentra a gente que tiene cosas que enseñar directamente vinculadas a la actividad diaria y ganas de hacerlo. Y en eso he sido también muy afortunado. Lo pensaba ayer, mientras asistía al funeral por Antonio Guerrero, que fue mi director aquí en El Correo. Formaba parte Antonio, el Maestro para nosotros, de una generación que desarrolló su carrera en tiempos difíciles. No es que los actuales sean jauja, pero confío en que este mal momento dure menos que la etapa gris que a ellos les tocó vivir.
De Antonio Guerrero y otros periodistas de su época (y tengo que citar expresamente a Fernando y Antonio Barrena, pero fueron más) aprendí que reaccionar con rapidez ante las noticias no es lo mismo que precipitarse; que hay que ser escépticos pero sin llegar al extremo paralizante del descreimiento absoluto; que para encontrar la verdad hay que estar dispuesto a buscarla y luchar por ella; que la clave siempre, en cualquier investigación como en una entrevista, es saber hacer las preguntas adecuadas; que debemos ser críticos pero cuidando de no hacer un daño innecesario; que hemos de tentarnos la ropa antes de difundir una información que cause males irreparables; que no sirve de nada escribir con un estilo deslumbrante si los lectores no entienden nuestros textos; que la sencillez y el orden son siempre virtudes en un reportaje; que debemos escuchar a todos pero no escudarnos en sus declaraciones para disimular nuestras carencias… Aprendí muchas cosas: mil historias de noches con informaciones inesperadas al borde mismo del cierre; de éxitos y fracasos; de soluciones ingeniosas y planteamientos equivocados.
Asistía al funeral y pensaba en los jóvenes que ahora llegan a las redacciones. No sé si mi generación, que es a la que en estos años le corresponde transmitir la experiencia, tiene las ganas, la ilusión y la capacidad que tuvieron ellos cuando éramos nosotros quienes aterrizamos como becarios o estudiantes en prácticas. O como periodistas noveles necesitados de atención. Nuestra obligación es hacerlo, pero me temo que nos falta la sabiduría humilde, la paciencia y la enorme humanidad de Antonio y su generación.
Tuve una gran suerte con mis maestros pero he esperado demasiado para decírselo.