El jurado del premio Príncipe de Asturias de las Letras ha decidido otorgar el galardón de este año a Leonard Cohen. Una decisión por lo menos extraña. Ya sé que además de autor de las letras de sus canciones es novelista y poeta, pero supongo que nadie pensará que estamos ante el poeta y novelista más importante de su tiempo.
Los otros dos candidatos mejor situados eran, según fuentes del propio jurado, Ian McEwan y Alice Munro. Imagino que pocos tendrán dudas de que cualquiera de los dos (y otros muchos) tienen más merecimientos. ¿Por qué entonces se lo han dado a Cohen? Pues porque se va imponiendo cada vez más el criterio de que un acto solemne de entrega de distinciones, del tipo que sea, tiene que llevar una dosis notable de glamur. Y Cohen lo da, mientras que McEwan o Munro, no.
Esto nos lleva, una vez más, a debatir sobre la intención y la función de los premios. O acerca de quién da prestigio a quién: el premio al premiado o viceversa. Un ejemplo para el debate: en el reglamento de ningún premio figura como condición indispensable que el galardonado deba acudir a recogerlo, pero cada vez es más común que se exija de forma más o menos sutil. La propia Fundación Príncipe de Asturias no tiene reparo en decir que antes de anunciar el veredicto se garantizan que, salvo razón de última hora y fuerza mayor, el galardonado acudirá a Oviedo. De hecho, se sabe que el año que distinguieron a Paul Auster el elegido había sido Philip Roth, pero, como quiera que dijo que no estaba bien de salud y no tenía ganas de hacer un viaje tan largo, se lo dieron al suplente (ojo, otro estupendo escritor en este caso).
A estas alturas se habrán dado cuenta de que pienso que el jurado del Príncipe de Asturias de las Letras no ha tenido hoy su mejor día. Príncipe de Asturias de las Letras (de sus canciones).