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César Coca

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El asunto Vigalondo: ¿se pueden hacer chistes de todo?

Egipto está en llamas y ha muerto Maria Schneider, y me resulta difícil escribir sobre los límites del humor. Sus límites y la capacidad de las redes sociales para elevar la anécdota, la sinsorgada decimos por aquí, a categoría.

De Egipto tienen muchas páginas en los diarios y muchos minutos en radio y TV, junto a apuntes de todo tipo en las redes sociales. Y de Maria Schneider se está hablando en estos minutos, de la película que la lanzó a la fama y destrozó su futuro. De sus desavenencias con Bertolucci y Brando por la famosa escena de la mantequilla, casi una violación, según contó. Una vez escribí aquí mismo que a mí El último tango en París, lejos de parecerme una película erótica me produjo una tristeza honda, con esa imagen de los protagonistas bailando borrachos al son de la música de Gato Barbieri y el final desolado, con la chica avisando a la Policía de que ha tenido que matar a un hombre que había entrado en su casa.

Pero yo iba a lo del humor -más o menos- en las redes sociales, a propósito de lo sucedido con Nacho Vigalondo. De entrada, me parece que se ha magnificado, como pasó con aquel comentario más bien desenfocado de David Bisbal sobre Egipto. Que era una tontería del tamaño de un piano de cola, pero las oigo todos los días más grandes –y alguna diré yo también- y no pasa nada por ello.

Lo que ha hecho Vigalondo es comprobar dónde están los límites del humor. ¿Se pueden hacer chistes de una cosa tan seria como el Holocausto? Pues depende. Como comentaba hace un rato Luis Alfonso Gámez, dueño y señor de Magonia, los judíos sí pueden. Si eso de que el Holocausto no existió lo escribe en un guión Woody Allen, pocos habrían puesto el grito en el cielo. Se me ocurren otros muchos ejemplos. Seguro que también a ustedes. Pero si lo dice Ahmadineyad, que lo ha dicho, se le echa todo el mundo encima. Por cierto, conviene recordar que negar el Holocausto es delito en Alemania.

El problema es que los límites del humor son difusos y que las ironías se perciben cada vez peor. Yo he tenido que advertir alguna vez a mis alumnos, en clase, de que lo que estaba diciendo lo era, porque me miraban con cara de no entender nada o de creerse mis palabras en su literalidad más absoluta. Por escrito y encima con la limitación de 140 caracteres, me temo que la ironía ya es prácticamente imposible. Por lo visto, Vigalondo no lo sabe.

Luego está el asunto de si a quien se desliza por el terreno de ese tipo de humor le importan o no los efectos de sus bromas. Porque una cosa es la libertad de expresión y otra que seamos responsables de las consecuencias de su ejercicio. O que ofendamos de forma gratuita a quien nada nos ha hecho. O a quien no tiene las mismas posibilidades de defenderse.

Es decir, que me parece que no todo el mundo puede hacer chistes de todo. Y que, aunque pueda, debe asegurarse de que sus bromas se entienden. Y una última cosa: ha quedado claro que Vigalondo no tiene ninguna gracia.

(Les dejo una selección de imágenes de El último tango en París, acompañadas por la música de Barbieri. Allá donde esté, descanse en paz Maria Schneider).