Ha muerto el compositor polaco Henryk Górecki. Reconozco que he escuchado poca música suya, pero sí tengo desde hace mucho (y la he oído recientemente) la Sinfonía Nº 3, esa pieza que en los años noventa sonaba lo mismo en algunas discotecas de Ibiza que en iglesias de toda Europa. Lo de las iglesias lo entiendo; lo de las discotecas quizá se deba a la corriente new age que se extendía por el continente. Imagino que no se escucharía entera, porque no concibo un local de ese tipo en el que durante más de cincuenta minutos suene esa música tan lenta, tan espiritual, tan concebida para momentos de oración o contemplación.
Górecki era católico, compuso obras dedicadas al Papa, estaba muy próximo al sindicato Solidaridad y creo que él mismo se asombró del éxito discográfico de esa sinfonía de cuya primera grabación se vendieron más de dos millones de copias, lo que hizo que se colara en los puestos de honor de las listas de éxitos. Ha muerto a los 76 años. Hoy la Sinfonía Nº 3 suena en su memoria.