Supongo que nos sucede a todos: sentimos un interés especial por aquellas novelas, películas o series de TV que tratan, de forma más o menos directa, acerca de nuestra profesión. En mi caso, el periodismo. Y esta noche, a la una menos cuarto de la madrugada (una hora inviable, pero para eso están los aparatos grabadores), Antena 3 emite El americano impasible, un filme de Phillip Noyce sobre una impresionante novela del mismo título de Graham Greene, que ya tuvo una versión anterior a cargo de Joseph L. Mankiewicz, que se tituló por aquí El americano tranquilo.
Muchos de ustedes conocerán el argumento: un periodista británico desplazado a Indochina es testigo del inicio de la revuelta de los vietnamitas contra Francia para liberar su territorio. El periodista es alguien con muchos problemas personales y no pocos profesionales, que conoce a un joven que trabaja para la Embajada estadounidense y que no es exactamente lo que parece.
Les recomiendo vivamente la lectura de la novela de Graham Greene, un estupendo escritor semiolvidado que mereció el desprecio de los puristas porque tenía mucho éxito con cada una de sus novelas. Por supuesto, les sugiero también cualquiera de las dos películas que se han hecho sobre la misma. A mí me gustó más la nueva, la que emiten esta noche, sobre todo porque la interpretación de Michael Caine en el papel del periodista de vuelta de todo me parece soberbia.
En las películas no aparece, pero en la novela hay una frase que los periodistas de mi generación llevamos grabada a fuego porque era citada una y otra vez en los manuales que se utilizaban en la Facultad, sobre todo en el libro de Redacción de José Luis Martínez Albertos. Es cuando el protagonista explica que él es un profesional que no se implica en el curso de los hechos. Gane quien gane esta guerra, yo seguiré informando de lo que pase, asegura. “Dios existe para quienes escriben editoriales. Y yo sólo soy un reportero”. Es decir, que los editorialistas aplican los grandes principios. Los reporteros cuentan las cosas lo mejor que saben. La vieja distinción entre las opiniones (que son libres) y los hechos (que son sagrados). Aunque no sé si eso está de moda.