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César Coca

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Estos días, y por razones bien diferentes, he vuelto a tener contacto con dos profesores de mi etapa universitaria. Uno de ellos me envió una carta (sí, en un sobre y con un sello de Correos…) y con el otro he estado esta mañana, haciéndole una entrevista que se publicará en breve. Del primero no sabía nada directamente desde hace algo así como treinta años. Con el segundo sí he tenido más contacto, sobre todo en la última década. De ambos guardo muy buen recuerdo: por lo que me enseñaron, por el entusiasmo que ponían en su trabajo, porque me convencieron de que hay que ser riguroso en el trabajo que uno tiene, sea cual sea.

La figura del profesor está socialmente tan devaluada como el peso cubano. Sólo vale (poco) en el interior del país y para comprar determinadas cosas. Lo mismo pasa con el aprecio al profesor: es escaso y sólo cotiza en el interior del aula y hasta el día del examen. Sin embargo, y de verdad que no lo digo porque yo también lo sea (hablo estrictamente como el alumno que fui), un profesor es vital para el devenir humano y profesional de un alumno. Si es bueno y transmite pasión por el conocimiento y por la disciplina que imparte, porque marcará para siempre a quienes lleguen a sus clases. Si es malo, porque es capaz de desincentivar al más entusiasta y porque no será capaz de desvelar las claves de la parcela de conocimiento que tiene asignada. Lo cual afecta sobre todo a quienes no son alumnos excelentes.

Hay profesores que me marcaron y que creo que nunca olvidaré. Ni a ellos ni las cosas que decían, o quizá mejor, el espíritu de lo que decían. Los tuve también malos, muy malos. Como aquel responsable de Historia del Periodismo que hablaba un día en clase del periodismo en Rusia en el siglo XIX y dijo, más o menos: “Era un periodismo muy atrasado. Pero es que el país lo era, dicho en general. Para que os hagáis una idea: la esclavitud fue abolida a finales de ese siglo”. Un alumno gritó desde el fondo del aula: “También en EE UU”. A lo que el profesor le contestó, con un tono de justificación: “Pero es que en EE UU los esclavos eran negros, mientras que en Rusia eran blancos, como los señores”. Y se montó una algarabía que puso anticipadamente fin a la clase. Tampoco eso lo he olvidado.