El anuncio del premio Cervantes a José Emilio Pacheco me cogió en el lugar más adecuado: la Universidad de Alcalá de Henares, donde cada 23 de abril, en su bellísimo paraninfo, se entrega el galardón. Por eso no pude escribir nada ayer ni en el periódico ni en el blog. Pero aunque sea tarde quiero hacer un pequeño comentario.
En primer lugar -ya sé que es políticamente incorrecto lo que voy a decir-, debo aclarar que estoy en contra de las cuotas en casi todos los aspectos de la vida, incluidos los premios. Eso que quede claro.
Y no voy a entrar a juzgar la obra de Pacheco. No soy crítico y ni siquiera conozco más allá de unos cuantos poemas suyos.
Dicho lo cual, me parece que el Cervantes está pecando ya de algo que si no es misoginia se le parece mucho. Sólo dos mujeres lo han ganado desde que se concedió por primera vez, en 1976: María Zambrano y Dulce María Loynaz. Me parecen muy pocas, la verdad. Y desde luego si no se ha premiado a más no será porque falten o hayan faltado nombres. Se me ocurren, a bote pronto, Ana María Matute, eterna candidata que parece condenada a no ganarlo, y Carmen Martín Gaite, que murió sin que se lo dieran dejando tras de sí una obra espléndida. Fuera de España, Elena Poniatowska, que lleva años llegando a las últimas votaciones y que yo consideraba favorita esta vez, e incluso Isabel Allende (sobre cuya calidad literaria se puede discutir no poco, pero que tiene una enorme influencia en el ámbito de las letras hispanoamericanas). Laura Restrepo aún no tiene edad para ganarlo, pero ya es una escritora muy premiada y será una candidata seria en unos cuantos años. Es decir, que nombres no faltan. ¿Por qué sigue el Cervantes ignorando a las mujeres?