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César Coca

Divergencias

El amor y la literatura

Iba con un teléfono y por los gestos me pareció que, más que hablar, imploraba. Era muy joven, quizá ni siquiera tenía 20 años, y cuando pasó junto a mí me di cuenta de que lloraba. En su cara había además un gesto de dolor, un dolor profundo que se desbordaba en esas lágrimas que se le escapaban sin que hiciera nada por disimularlas. Supongo que no es demasiado aventurado pensar que la muchacha que ayer llamó mi atención estaba viviendo una ruptura sentimental. Un tema tan eterno como la vida misma. Quizá por eso el amor y el desamor son una presencia imprescindible en la literatura.

Lo es desde que ésta existe. Ha estado siempre ahí, de manera directa o tangencial, y por eso es casi imposible leer una novela que carezca de esos sentimientos: el amor que todo lo llena y el desamor que hace que la tierra se abra bajo los pies de quien es alcanzado por él. Sólo cambian instrumentos accesorios. La muchacha que vi ayer en la plaza Moyúa, en Bilbao, imploraba a través de un móvil. Hace un siglo habría recibido el mensaje de la ruptura (o lo habría enviado) a través de una carta. Ayer y hoy, en un café, en un coche, paseando por la ciudad, se viven declaraciones de amor y separaciones que rompen el alma. Todos las hemos vivido. Y las hemos leído en los libros, sintiendo que estaban reflejando nuestra propia experiencia.

Lo he oído muchas veces y estoy cada vez más convencido de ello: todos los grandes libros nos hablan, hablan en realidad de nuestra vida. La chica que ayer lloraba mañana leerá a Jane Austen o a Shakespeare, a Tolstói o a Pasternak y comprobará que los sentimientos que describen le son conocidos. El amor es universal. La literatura, también.

(La ilustración es de Jesús Ferrero)