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César Coca

Divergencias

La casa de atrás

A mediados de julio, visité la casa de Ana Frank, en Amsterdam. Una visita breve, porque es muy pequeña, de manera que la cola para entrar consume más tiempo que el recorrido por el inmueble. Así que no estuve dentro más de media hora o quizá tres cuartos, pero fue un verdadero impacto emocional

La visita se articula en torno a una pequeña exposición y el recorrido por los dos pisos de la casa de atrás en la que ocho personas estuvieron encerradas entre el 8 de julio de 1942 y el 4 de agosto de 1944 (en realidad, todo ese tiempo sólo estuvieron allí Ana, su hermana y sus padres. Los otros cuatro ocupantes llegaron algo más tarde que ellos).

A poca imaginación que el visitante tenga, consigue ponerse en situación y vislumbrar lo que sería la vida en tan pocos metros cuadrados durante esos dos años largos, sin hablar durante el día más que en susurros, sin poder usar el retrete ni apenas moverse. Cómo no entender la angustia, la claustrofobia y la impotencia de los encerrados… Me llamó la atención que la gente recorre las habitaciones en silencio o hablando en voz muy baja. Son los mismos turistas que en otros lugares suelen comunicarse a gritos y reír. Estoy convencido de que no es casualidad que su comportamiento sea tan diferente en la casita junto al canal Prinsengracht.

La visita deja un sabor muy amargo. Por el drama que allí se vivió (y que no sirvió para nada, como es sabido) y por la presencia de un delator cuya identidad supongo que no sabremos nunca. Entre las paredes casi enteramente desnudas de las pequeñas habitaciones donde intentaron salvar su vida Ana Frank y los suyos, resulta aún más incomprensible su denuncia. Las razones para la infamia no son fáciles de comprender.