Ayer estuve de viaje, así que no pude escribir ninguna maldad a propósito de la curiosa polémica entre Antonio Gamoneda y Chus Visor (como se conoce al responsable de esa editorial de poesía) sobre el valor de la obra de Benedetti. Por momentos, sus ataques me recordaron las invectivas que, según las crónicas, se lanzaban Quevedo y Góngora.
Pero ese momento ya pasó y no tiene mucho sentido entrar ahora en ello. Les decía que estuve de viaje y quería comentar una imagen que vi en una sala de embarque de un aeropuerto. Tres hombres esperaban el momento de embarcar, sentados muy próximos aunque no iban juntos. El primero estaba tan concentrado en el juego de su PSP (y con auriculares) que apenas oyó el aviso para dirigirse al autobús. El segundo veía un episodio de una conocida serie de TV en un reproductor de DVD. El tercero leía una novela de un autor de gran prestigio literario.
Hasta ahí, nada que llame la atención. Sin embargo, la imagen rompía el tópico, porque el lector era un muchacho de unos 20 años, quizá alguno más, y los otros dos no tenían menos de 45-50. Me prometí a mí mismo que a partir de ahora no hablaré nunca, así en general, de que los jóvenes no leen. Algunos jóvenes no leen. Y algunos mayores no aprovechan ese tiempo de espera de los aeropuertos y los aviones, tan tedioso, para leer.