Es el director de moda. Hablo del venezolano Gustavo Dudamel, que el pasado miércoles dirigió a la Joven Orquesta Simón Bolívar de Venezuela en un concierto en el Kursaal de San Sebastián. No estuve en el concierto pero me cuentan que causó una verdadera explosión de entusiasmo. Algo que encaja perfectamente con los buenos resultados de ventas de sus discos, en el prestigioso sello Deutsche Grammophon.
La pregunta es inevitable: ¿es tan bueno Gustavo Dudamel? De entrada, sus avales (ha sido recomendado por algunos de los mejores directores de nuestro tiempo, se ha convertido en una de las grandes estrellas de un sello discográfico que las tiene por decenas) no pueden ser mejores. Hay detrás, por otra parte, un ejercicio de marketing muy importante impulsado por la multinacional para la que graba y también por todo lo que rodea a Abreu y su red de orquestas, una verdadera obra social y cultural que mereció el año pasado el premio Príncipe de Asturias. Ello es así pese a que Dudamel es un perfecto desconocido fuera del escenario: apenas da entrevistas ni ruedas de prensa, y me cuentan que vive durante las giras encerrado en un círculo protector que quizá pretenda (es sólo una hipótesis razonable, no tengo pruebas de ello) que nadie le haga preguntas políticas incómodas.
Pero, ¿y la música? No he asistido a ningún concierto de Dudamel, ni con esta orquesta ni con otra. Pero sí he escuchado con atención varios de los discos que ha grabado para DG. No soy crítico, aunque conozco bien casi todas las obras que ha dirigido para ese sello así que me voy a arriesgar a hacer algunos juicios.
Primer disco: Sinfonías Nos. 5 y 7 de Beethoven. Entusiasmo y gran identificación con las obras dirigidas, seguramente porque son autoafirmativas y heroicas. Dudamel prueba que es capaz de hacer que suene muy bien una orquesta que está a mucha distancia de las mejores del mundo. Un muy buen director me comentó hace meses que los tiempos son más que discutibles y que revelan un escaso dominio de la estructura de las obras, aunque reconocía que las versiones son “resultonas”.
Segundo: Sinfonía Nº 5 de Mahler. Un compositor más problemático. No sé si Dudamel estaba preparado (por simples razones de edad) para una música que combina el drama, el amor y el sarcasmo. De nuevo suena bien, pero falta profundidad.
Tercero: Fiesta. Una colección de obras de autores latinos. Para mí, de lejos el mejor de los discos. Hay un ritmo en todo él extraordinario. Un entusiasmo que, aquí sí, es del todo pertinente. Varias piezas, como el Danzón Nº 2 de Márquez y quizá por encima de todo el Mambo de West Side Story de Bernstein, son de las que obligan a moverse al oyente. Este sí me parece un disco imprescindible.
Cuarto: Sinfonía Nº 5 y Francesca da Rimini de Chaikovski. Le falta algo de ‘pathos’ y hay algún que otro pequeño emborronamiento. Mejor la segunda obra que la primera, aunque más que aceptables ambas. No es Mravinski ni Gergiev, pero tampoco son malas versiones. En absoluto. Sobre todo, lo reitero, si tenemos en cuenta la calidad de la orquesta.
En resumen, creo que Dudamel tiene un enorme talento y ha logrado cosas que muy pocos directores consiguieron antes de los 30 años. Que tiene una capacidad de comunicación descomunal. Pero un análisis más distante (y quizá eso es algo que permite mejor el disco que el concierto en vivo) desvela las lógicas imperfecciones de un director que en el fondo está empezando. Si no se malogra, si no se introduce por caminos equivocados, Dudamel será un director muy importante, de los que marcan una época. Pero hoy por hoy es sólo (como si eso fuera poco) un estupendo director al que le queda camino por recorrer para llegar a ser uno de los más grandes.
Dicho lo cual, les reitero que es la opinión de quien esto firma, que no es un crítico. Están en su derecho de pensar otra cosa, con tanto o más fundamento que yo, por supuesto.
Les dejo con el Mambo de Bernstein. Espectacular.