En este mundo en el que nos ha tocado depositar nuestro corto caminar existen expertos que dominan cualquier aspecto que podamos imaginar. Todos menos uno: el amor. Nadie sabrá jamás lo suficiente para poder declararse catedrático de una materia que es tan antigua como la vida misma, pero que, por su extrema complejidad, ninguno controlamos. Ninguno. Y si nos encontramos con alguien que exhibe un doctorado sobre el amor, sin duda, habremos topado con un embustero.
Sin embargo, el que esto escribe, ejemplo perfecto de contradicción, se convertirá hoy en uno de esos charlatanes al lanzarse a la aventura de intentar escrutar una canción de amor. Mejor dicho, de desamor, la cara oculta de la luna del sentimiento universal que establece su sede en nuestros corazones. Pero lo hará mínimamente, para dejar a los poetas que avancen sobre veredas con las que alcanzan una simbiosis a la que los mortales jamás podremos aspirar.
Es el caso de Lluís Llach y su canción ‘I amb el somriure, la revolta’, un tema erróneamente atribuido al poeta catalán Miquel Martí i Pol cuando realmente es fruto del ingenio del cantautor ampurdanés de Verges, especialista en poner letra y música a la melancolía.
El gerundense nos habla en esta ocasión del amor como una militancia obligatoria, como una terapia contra la tristeza. Teoriza sobre la imposibilidad de alcanzar la alegría sin la consecución del objetivo máximo, en este caso querer y ser querido. Habla, tal vez, de un enriquecimiento vital al que sólo se puede llegar con un intercambio sentimental y defiende que el amor es un paso para descubrir mucho más.
El amor es para él una palanca revolucionaria, una actitud que no sólo debe circunscribirse a la pareja, sino que se debe abrir a la realidad como una experiencia solidaria absoluta, como un autentica revolución que convierte en realidad la utopia. El amor ha nacido como una fuerza transformadora de la realidad social, según recoge el análisis realizado por Luis Torrego Egido en su libro ‘Canción de autor y educación popular’.
Los románticos tendemos a negarlo, pero esta canción puede también ser considerada un híbrido político-amoroso (de hecho se ha convertido en el himno no reconocido del último movimiento independentista catalán), muy en la linea del ampurdanés.
‘I amb el somriure, la revolta’ se conforma como una obra extraordinaria. Sin duda, una de las mejores entre las que han nacido del cerebro de Llach. Dotada de una estilística tan exquisita como apasionada y una carga lírica sin igual, se introduce en la intraducible temática amorosa con la valentía habitual del cantautor catalán.
Para ello no le fue necesario invocar a recursos efectistas ni grandilocuentes. Le bastó con aferrarse a la táctica del rigor poético y a una musicación sobria, sin lugar a la especulación. «Un canto reflexivamente y serenamente lúcido», como ya dijo el crítico Jordi García-Soler allá por 1982, año en que el disco llegó al mercado tras su grabación en los estudios Perpinyá de Barcelona para la discográfica Ariola.
Colaboraron en el nacimiento de esta obra de arte Jordi Camp, al contrabajo; Lluís Ribalta, en la percusión; y Josep María Durán, a la guitarra, mientras que las notas del piano corrieron a cargo del propio Lluís Llach y Manuel Camp. Todo bajo la dirección del ingeniero J. J. Moreno. El fruto de su trabajo fue presentado a finales de aquel año en el Poliorama de la Ciudad Condal.
Además, como ha demostrado el paso de los años, esta creación mejora a medida que madura. Cada audición, como ocurre cuando vemos repetidas veces las grandes películas, nos sugiere algo nuevo. Quizás sea por sus arreglos, tal vez por el propio preciosismo de la música o por el clasicismo que desprende.
Pero no hay duda de que es la LETRA la que produce plusvalía, la que nos introduce en el mundo propio de Llach, salpicado de su intimismo más desolador, de un desamor desgarrador. Aunque siempre dejandola abierta al subjetivismo del oyente, invitado a completar la historia a su gusto o necesidad.
M’agrada el riure dels teus ulls,
on el reflex d’una llum
em sembla un far a la marina
Me gusta el reír de tus ojos,
donde el reflejo de una luz
me parece un faro en la marina
I per la sort d’estar mig foll
jo m’imagino mariner
buscant recer en el teu somriure
Y gracias a mi brizna de locura
me imagino marinero
que busca refugio en tu sonrisa
I així navego pel teu cos
deixant camins en el teu pit
amb la saliva dels meus llavis
Y así navego por tu cuerpo
dejando una estela en tu pecho
con la saliva de mis labios
Per dir-te:
Amb el somriure, la revolta
Així t’espero i t’imagino
i en l’horitzó de la mirada
el gest utòpic que et reclama
Para decirte:
con la sonrisa, la revuelta
así te espero y te imagino
en el horizonte de la mirada
el gesto utópico que te reclama
I em faré au si tu ets el vent
o seré proa de vaixell
si tu ets la dansa de les ones
Y seré ave si eres tú el viento
o seré proa de embarcación
si tú eres la danza de las olas
Que per la sort d’estar mig foll
en la tristor i la soledat
vaig dibuixant la teva forma
Que gracias a mi brizna de locura
en la tristeza y en la soledad
dibujé tu forma
Que vull trobar amb tu el camí dels estels
per llançar els somnis contra el temps.
buscar el coratge perdurant en l’intent
Així t’espero i així em tens
Que quiero encontrar contigo el camino de las estrellas
para lanzar los sueños contra el tiempo
buscar el coraje persistiendo en el intento
Así te espero y así me tienes
I en la bellesa un far per un món més bell,
i en el desig el risc valent.
l’amor un pas per descobrir-me molt més,
així t’espero i així em tens
Y en la belleza un faro para un mundo más bello,
y en el deseo el riesgo valiente
el amor un paso para descubrir mucho más
así te espero y así me tienes
El mayor amor es siempre el que hemos perdido después de haberlo tenido. Aquel que nos ha impregnado con un aroma con el que tendremos que convivir el resto de nuestras vidas, disfrutando del recuerdo y al mismo tiempo penando por una ausencia que siempre ansiamos no sea permanente. Esa tristeza tan dolorosa como placentera que nos genera el recordar ese amor sólo entendible en un propio idioma sentimental.
Ese que sólo se ha compartido con él o ella. Ese amor sin igual que, vuelva o no vuelva, siempre será tuyo. El único, el que nunca podrán borrar otros. Tal vez conseguirán difuminarlo, pero nunca eliminarán el recuerdo de lo que pudo ser y no fue, aunque para ti siempre será, quizá sólo en forma de recuerdo.
Tras tanto divagar con dudoso acierto, quizá la mejor forma de describirlo es recurriendo a los poetas. «Las olas vienen y van con su canto, cuántas noches fueron mudos testigos de aquel amor y de mi triste llanto. Pero hay mujeres que siempre te van a esperar con las miradas tristes y otras sonrientes. Sólo esperan por la tarde o por la noche para poder amar o sobre la arena dejar sus cuerpos ardientes». No son palabras mías, pertenecen a Federico Mendo Sánchez y su ‘Amor de marinero’.
Otra maestra de la lírica, la desaparecida MARI TRINI, lo describe asimismo de forma inigualable. «A ti, hombre marinero, a la deriva loca, sin capitán. De duelo se ha vestido una mujer al ver su marinero no regresar».
LLUÍS LLACH (Verges, 1948) es el cantante catalán con trayectoria musical más larga si exceptuamos a Joan Manuel Serrat. Ambos pertenecieron en los años sesenta del pasado siglo al movimiento Els Setze Jutges, que catalizó el relanzamiento de la ‘nova canço’, pero el ampurdanés siempre se negó a cantar en castellano a pesar de que ello minimizó su campo de acción. Desde entonces sigue haciendo canciones con su guitarra para luego vestirlas de un carácter sinfónico. Ello nunca ha frenado su evolución creativa, con una notable mejoría vocal y dominio de las nuevas tecnologías.
Ya desde sus primeros pasos, quizá por la proximidad de Francia, estuvo abierto a tendencias que no se daban en España. Por ejemplo, fue gran admirador de George Brassens, Jacques Brel o Leo Ferré, a los que consideró sus maestros. Tampoco desdeñó las influencia de Mathalia Jackson o Mikis Theodorakis. De todas esas fuentes ha bebido para generar una obra de extrema sensibilidad y cuidadosa elaboración, rompiendo incluso el abismo que existía entre la música clásica y los cantautores.
Su carrera comenzó en 1967, cuando llegó a Barcelona desde su pueblo natal gerundense y pronto compuso canciones hoy emblemáticas como ‘L’Estaca’, convertida en un himno antifranquista y que le conllevó multas y suspensiones de conciertos. Superada la dictadura, se convirtió en uno de los cantautores más representativos, consagrándose con obras como ‘Viatge a Itaca’ (1975) y ‘Campanades a morts’ (1977), dedicada a los cuatro obreros muertos en Vitoria durante una represión policial.
Con la consolidación de la democracia y pasada la época de la canción política, Llach se introdujo en un tipo de canción más poética –aquí podríamos encuadrar a ‘I amb el somriure, la revolta’– y fue incluso capaz de componer la sinfonía ‘Verges 50’ (1980), una revisión de los paisajes de su infancia a través de la música. Fue una década de trabajos más elaborados.
Al final del pasado siglo transitó hacia el sinfonismo y desde entonces ha mantenido una trayectoria fiel a sus raíces, con el mar Mediterráneo como ecosistema creativo. Jamás ha claudicado a las presiones de las discográficas, aferrándose siempre a una línea de calidad y compromiso.