A lo mejor ni siquiera se han enterado, pero este viernes falleció alguien importante en la vida de muchos de ustedes. Se trataba de Alejandro Finisterre, o Alexandre de Fisterra, y quizá el nombre no les suene, pero quedarán convencidos de su importancia y peso histórico cuando les diga que este gallego inventó el futbolín. En realidad, Finisterre era un figurón de dimensiones inabarcables: poeta, fundador de varias publicaciones y responsable, según la Wikipedia, de uno de los primeros actos de piratería aérea, que no es poco para una sola vida. Pero esa biografía fecunda y accidentada quedó eclipsada por su gran invento (no el único, ya que también diseñó un pasahojas de partituras), el futbolín, que se le ocurrió en 1936 cuando se recuperaba en un hospital de Montserrat de las heridas sufridas durante los bombardeos fascistas sobre Madrid. Finisterre, que tenía entonces dieciséis o diecisiete años, concibió el nuevo juego por analogía con el ping pong, con el propósito de entretener a tantos chavales ingresados en el centro médico. El primer modelo, por cierto, lo fabricó un vasco, el carpintero Francisco Javier Altuna.

Lean aquí más detalles sobre Finisterre y aquí la noticia de su muerte. Piensen en cuántas horas estupendas les ha brindado su invento, aun en el caso de que ustedes fuesen jugadores tan llenos de carencias como yo mismo. Y, ahora, ríndanle un merecido homenaje escuchando aquí -y, si se animan con el gallego, coreando a voz en grito, como debe ser- el himno que dedicaron a este pionero Os Diplomáticos de Monte Alto. En una entrevista reciente, con más de ochenta años, Finisterre declaraba: «Siempre fui rebelde, pero creo que hay motivos de sobra para serlo». ¡Tralla brava!