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Música para volverse loco

El mundo del rock está lleno de artistas que van de raros y de oscuros, incluso abundan quienes pretenden dar miedo a base de gritos, ruido, maquillaje o actitudes que ellos suponen propias de un demente. Puede ser divertido seguirles la corriente, jugar un rato a ser malos, pero a casi todos se les ve la pose a poco que se les mire con seriedad: uno se imagina a tipos como Dani Filth igual que al punk burgués del anuncio de coches, sorbiendo burdeos mientras les hacen la pedicura francesa con esmalte negro. Tuve un recuerdo para estos impostores la otra noche, cuando empecé a escuchar con auriculares el nuevo disco de Scott Walker, ‘The Drift’. La mayor parte del álbum es, como poco, inquietante, con algunos pasajes que directamente asustan y otros que… sí, lo diré, dan algo de risa, porque un paso más allá de estas experiencias extremas sólo queda el humor. Me ha tranquilizado que el propio Walker lo admita: «El disco es bastante divertido, porque, sin eso, el arte se desequilibra», ha comentado a ‘The Wire’. Lo de divertido entiéndanlo en plan relativo, como un desahogo de tanta angustia, igual que la risa que te puede entrar al darte cuenta de que vas a morir joven y solo en el fondo de un pozo.

Walker es un recluso del rock, una figura similar a las de Pynchon o Salinger en la literatura. Pero lo curioso de nuestro hombre es su pasado: ahora ni siquiera se deja retratar debidamente, pero a mediados de los 60 fue un ídolo de multitudes como cabeza visible de los Walker Brothers, que ni se apellidaban Walker ni eran brothers. Las fans británicas intentaban desnudarlo, asaltaban sus hoteles, se deshacían al escuchar himnos melancólicos como ‘The Sun Ain’t Gonna Shine Anymore’, mientras el inadaptado Scott confesaba al ‘Melody Maker’ su sueño de conocer algún día a Jean Paul Sartre. Ese alien torturado que latía en el interior del vocalista acabó adueñándose de todo su ser en los 90, con el tremebundo ‘Tilt’, y sigue dominándolo en ‘The Drift’, un disco de canciones descoyuntadas y marcianas donde se mezclan ominosos arreglos de cuerda, percusiones imprevistas y la voz dramática y excesiva de Walker. El sol, desde luego, sigue brillando poco en su mundo.

Por Carlos Benito

Sobre el autor

Periodista de El Correo. Nací en Logroño, estudié en Pamplona, vivo y trabajo en Bilbao.


mayo 2006
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