Me he comprado esta mañana un juguete de salón extremadamente caro (no es una eslinga, el techo no lo soportaría) y a continuación me he sentido obligado a consumir algún tipo de producto cultural de los que paradójicamente se denominan enriquecedores, para calmar el temblor que se había apoderado de la mano que empuña la tarjeta de crédito.
He hecho una compra excelente con el ‘Tristram Shandy’ de la editorial Cátedra, que sale por la mitad de precio que el traducido por Javier Marías, y en el mostrador de caja donde se ha cerrado la transacción he descubierto estupefacto esto: ¡’Guía para la vida’! ¡El libro de autoayuda que hubiera escrito el doctor House, con todas sus mejores frases! ¡Atención al condicional! ¡De no ser un personaje de ficción! ¡De no estar escrito en realidad por otro tipo, un periodista español! Entre esto y la Biblioteca César Vidal, que se distribuye en cómodas entregas de setecientas cincuenta páginas cada una, la librería es una fuente inagotable de regocijo.