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Frikeando

Ya saben que los freaks originales eran los fenómenos humanos que se exhibían en los sideshows o espectáculos paralelos de los circos, aunque a menudo acababan constituyendo la atracción principal. Los había de dos tipos: por un lado estaban los freaks auténticos, reales, un pintoresco ejército de enanos, gigantes, siameses, troncos humanos, mujeres barbudas y pobres criaturas microcefálicas -los popularespinheads– que se ganaban el pan exhibiendo sus anómalas anatomías. Pero también había freaks voluntarios: los más respetables quizá fuesen los tatuados, ya que su condición era indisimulable e irreversible, pero no faltaban los farsantes y los tipos que cultivaban el frikismo conductual, vamos, que simplemente se dedicaban a arranca a mordiscos cabezas de gallina y obrar con demente desafuero. También entre los fenómenos de feria había clases, porque no es lo mismo la siempre digna Julia Pastrana (en la imagen) que cualquier chisgarabís vociferante.

Con los sujetos que celebraron ayer el ‘Día del Orgullo Friki’ pasa un poco lo mismo. A mí me parece que un friki -respetemos la palabra, aunque a mí me recuerda al programa televisivo de López Iturriaga- sólo tiene sentido cuando lo es de manera involuntaria e inconsciente, cuando no tiene otro remedio que serlo y ni siquiera se da cuenta de que lo es. Últimamente abundan los frikis pagados de sí mismos y, lo que es peor, los frikis hechos a sí mismos según alguna de las múltiples recetas de eficacia probada. Por eso me parece que el orgullo friki es una contradicción en los términos: el friki de verdad no se felicita por un comportamiento que para él es lo más normal del mundo.

Por Carlos Benito

Sobre el autor

Periodista de El Correo. Nací en Logroño, estudié en Pamplona, vivo y trabajo en Bilbao.


mayo 2006
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