La cantidad está ganando la partida a la calidad. A lo mejor se cuentan ustedes entre quienes defenden la calidad sonora del MP3, pero, antes de lanzarse a una ardiente defensa del formato, busquen uno de sus viejos cedés originales, pónganlo en su equipo de toda la vida y alucinen con lo que sale de los altavoces (nota: yo solía usar para esas demostraciones ‘Infected’, de The The, y se lo recomiendo). Eso es sonar bien. La mayoría de los archivos comprimidos que se encuentran por ahí suenan regular, aunque hay excepciones por arriba y por abajo, pero la cuestión cada vez tiene menos importancia, porque la tendencia general lleva a escucharlos en aparatos de calidad también mediocre. De verdad que me avergüenzo al pensar en la cantidad de discos que sólo he oído a través de los costrosos altavoces de mi ordenador, donde casi no se distingue una cantata de Bach de un tema de Amunike Lehendakari (los de la foto).
Y, cuando se trata de mirar, ¿qué me dicen de YouTube? Pues que la cantidad ingente de material disponible es una gozada, pero nos estamos resignando a una baja resolución que a veces recuerda las emisiones de porno codificado. Ayer estuve viendo unos vídeos del grupo alemán D.A.F. y tardé en decidir si el teclista era hombre o mujer, pese a que, como pude comprobar después en un plano más corto, se trataba de una chica muy notable. Tenemos más pero peor. Y lo más triste es que nos estamos acostumbrando igual de rápido a lo primero, una maravilla, que a lo segundo, una pena.