Algunos de ustedes ya saben que soy de Logroño. Por razones que se me escapan, un compañero del periódico me ha preguntado hoy si en La Rioja se cantan jotas, o si esta manifestación folclórica es exclusiva de Navarra y Aragón. Y le he respondido casi indignado: ¡por supuesto que en La Rioja se cantan jotas! No sé muy bien por qué me he tomado tan a pecho la defensa de nuestra folk music, a la que supongo condenada a desaparecer por la avasalladora modernidad y por el nulo aprecio que solemos sentir por ella los riojanos menores de cincuenta años. Yo he crecido toda la vida mirando la jota como un canto excesivamente rústico, más bien bastorro, repetitivo, puramente basado en la potencia vocal y sin ningún encanto melódico ni lírico; vamos, que me parecía un cantar propio del primo soltero que se excede con el morapio en la chuletada del sábado. Y, sin embargo, escucho con gran interés las músicas tradicionales de Madagascar, los Apalaches, Java o Mongolia, ya ven qué sofisticado.
¿Por qué esa injusticia hacia la jota, que lleva la reciedumbre hasta en el nombre? A modo de desagravio, compartiré con ustedes mis letras joteras favoritas, con la confesión previa de que no las recordaba bien y las he repasado aquí, ya que parecen ser las preferidas de más gente. La primera dice así: «Anda y pínchame una vena / si piensas que no te quiero / y verás correr mi sangre / negrita de pasar penas». Y la segunda ahonda en esta insólita vertiente un poco quinqui del aire popular navarro-riojano: «Tengo un hermano en el Tercio / y otro tengo en Regulares / y el hermano más pequeño / preso en Alcalá de Henares». Así que encanto lírico sí tiene, al menos a veces. Por lo demás, como dice el preceptivo final jotero, allá va la despedida.