Pese a mi edad casi matusalénica, no llegué a vivir de manera consciente la época de gloria de Leif Garrett, pero me hago una idea de las dimensiones de su éxito por el simple hecho de que lo recuerdo: yo era un crío más aficionado al Tente que a la música, pero se me quedó grabada la imagen de aquel efebo rubiales que aparecía todas las semanas en las revistas para chicas, con morrito fruncido y cabello que envidiarían muchas lectoras. Casi treinta años después, mi contacto con su música no ha pasado de la versión de ‘I Was Made For Dancin’ que grabó Ilona Staller, Cicciolina, pero hoy he descubierto varias cosas. La primera, que Leif Garrett es ahora este señor convicto de la foto de la derecha, mucho más depauperado que nuestro Pedro Marín. La segunda, que tiene serios problemas con la ley, como si se hubiese creído su papel en ‘Rebeldes’. Y la tercera, que ahora hace rock alternativo del que gusta a quienes se engancharon a la música en los noventa, o sea, del que no me gusta a mí. Qué rara es la vida, sobre todo la de algunos.