Cada vez entiendo menos la publicidad, y no me refiero a esos anuncios de perfume que sugieren tanto y no dicen nada. Una de mis obsesiones son los spots de Freixenet, que vienen a ser la esencia de la Navidad tal como se entiende en nuestros días. Simplemente, no comprendo que a alguien le entren ganas de beber cava al contemplar las hileras de burbujitas, ceñidísimas pero asexuales, y el derroche de dorados de baratillo que llena la pantalla. La cosa todavía empeora cuando se enreda a Gabino Diego y Demi Moore y se pretende dar a la cosa un argumento, ¡un argumento!, de seducción sexual a través del espumoso. Pero la desazón que me produce Freixenet la ha superado este año otra bebida, Disaronno Amaretto, que ya desde su nombre deja clara la intención de captar a un pimplador chic. Y digo yo: ¿cómo han podido fichar para ello a… Felisuco? ¿En qué demencial consejo de empresa se aprobó la elección de este personaje para dar imagen a la marca? ¿Cuánto amaretto bebieron los responsables antes de dar el visto bueno al engendro? ¿Qué valores transmite este tipo?
Claro que, en una sociedad que encumbra al niño rapero de ‘Aquí no hay quien viva’, cualquier cosa es posible. Agradecería, ya que estamos, que algún fan me explicase dónde se esconde la simpatía de este popular personajito.