WikiLeaks ha hecho un llamamiento a los internautas para impedir su desaparición. Desde hace unos días, es objeto de ataques de todo tipo, que están reduciendo su capacidad para estar en la red, sin contar la persecución judicial a la que es sometido su fundador, Julian Assange.
Parto de la base de que creo que Assange deberá responder ante los jueces por ese posible delito de índole sexual que se le imputa (puede perfectamente ser inocente y deseo que lo sea, pero me parece que no se puede dar por hecho que estemos ante una acusación falsa). Y reitero, sin ánimo de seguir polemizando con quienes me han llamado frívolo y mal profesional, que lo visto en los cables de las embajadas de EE UU, más en concreto lo visto hasta ahora, es poco novedoso.
Pero, dicho eso, también creo que los ataques sufridos por WikiLeaks son inaceptables. Mientras no se vulneren otros derechos igualmente fundamentales, la libertad de expresión es irrenunciable. Da igual que sea para desvelarnos los misteriores más increíbles que para decirnos lo que todos o casi todos sabíamos. Esa no es la cuestión. La cuestión es poder decirlo libremente.
El problema es que si WikiLeaks y su fundador sufren tal persecución por cosas más bien menores, ¿qué puede suceder si algún día se produce el improbable descubrimiento de secretos verdaderamente cruciales, esos que los embajadores cuentan al ministro en persona y sin ningún tipo de intermediario técnico? Defendamos la libertad de expresión porque sin ella no somos nada.