La tripulación de una conocida compañía aérea de bajo coste lanza, de nuevo, un calendario con fines benéficos. Como en años anteriores, las azafatas se han desnudado para el fotógrafo y esperan recaudar 100.000 euros mediante la venta a bordo de 10.000 calendarios a 10 euros la unidad.

No voy a hacer chistes fáciles a propósito de si los van a vender justamente las azafatas que han posado. Ni me voy a detener tampoco en el buen fin de la colecta. Muchos otros grupos hacen lo mismo: bomberos, policías municipales, voluntarias de organizaciones no gubernamentales, jugadores de fútbol… con fines no menos loables, que van desde la caridad en sentido tradicional hasta la financiación de un viaje para competir en algún juego deportivo.

El problema es que lo que fue en sus orígenes una idea nueva, sorprendente, está ya muy visto. Con frecuencia, además, incluso se contratan modelos para las fotos, desvirtuando el proyecto inicial y deslizándose peligrosamente por otros caminos no tan inocentes. Así que, de verdad, no puedo más con los calendarios. Hay mil formas de conseguir recursos para esos fines tan nobles de los que hablábamos: de la tradicional lotería navideña a la venta de camisetas, insignias (lo siento, no quiero decir ‘pin’), libros (¿por qué no la edición de relatos escritos por el personal de cabina, por ejemplo?) o mil cosas más que se les suelen ocurrir a los estudiantes de la Universidad para pagar sus viajes fin de carrera. Todo antes que esas exhibiciones de machismo, dobles sentidos o directamente mal gusto que rezuman muchos de esos calendarios. Una buena causa no lo justifica todo.

(Por pura coherencia, no ilustro este post con ninguna imagen de calendario)