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César Coca

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El hombre que se bajó del tren en Burdeos

Agosto de 2003. El TGV se detiene en la estación de Burdeos. Entonces, el hombre -unos sesenta años, pelo cano, bigote- se levanta, coge un paquete de cigarrillos que lleva en la chaqueta y sale al andén a fumarse un pitillo. Han pasado unos cinco minutos cuando el convoy cierra sus puertas y empieza a moverse lentamente. La mujer mira atónita a su marido, que se queda en tierra ajeno a la salida del tren, sin alterar el gesto, aspirando con fuerza el humo del cigarrillo. Ella exclama con voz queda “¡Antoine, Antoine!” mientras el andén termina de pasar ante la ventanilla. Después, rodeada por algunos compañeros de viaje, explica aturdida que Antoine lleva los billetes, el dinero y la documentación de la pareja.

La mujer cuenta, en un español torpe y con leve acento sudamericano, que iban a Burgos y tenían la intención de hacer noche en Irún. Ninguno de los dos tiene teléfono móvil. ¿Qué debe hacer ahora: bajarse en Dax y regresar a Burdeos o seguir viaje hasta la frontera? Se lo pregunta a los demás pero se lo está preguntando ella misma, porque no puede evitar la sospecha de que Antoine la ha abandonado, le ha dicho adiós por el procedimiento de bajarse -metafórica y literalmente- de un tren en marcha. Dos horas y media después, el TGV se detiene en Hendaya. Un joven la ayuda a bajar dos grandes maletas hasta el andén, y se despide de ella, que permanece con la vista perdida, mirando fijamente un punto situado al final del andén, quizá el semáforo que pronto se pondrá verde para que el convoy emprenda su corto camino hasta Irún.

(Es una historia antigua, pero la he recordado estos días, cuando viajando en ese mismo tren he pasado por la estación de Burdeos. No me la han contado. Yo viajaba junto a la pareja, separado de ellos tan solo por el pasillo. Creo que es el final de una relación más triste que he conocido nunca).

La foto está tomada de aquí.