La literatura, el cine y la TV nos han acostumbrado al fingimiento. Modificamos nuestro comportamiento cuando estamos en presencia de una cámara, un micrófono, un periodista que toma notas o un escritor de quien sabemos que usa temas y personajes tomados de la realidad más inmediata. Tengo la impresión de que antes no sucedía, de que nuestros abuelos eran más naturales y no mostraban alegría si no estaban alegres ni lloraban si no había motivos para ello.
Les cuento esto porque hoy he tenido una prueba más de ese fingimiento. Seguro que ustedes lo han visto también. Telediario de mediodía. Conexiones múltiples con los lugares donde ha tocado la Lotería. Y siempre lo mismo: el periodista aparece en primer término, con un grupo de afortunados detrás. Afortunados que charlan con tranquilidad, a veces incluso en voz baja… hasta que se dan cuenta de que están apareciendo en directo y de inmediato comienzan a saltar, gritar y levantar sus copas. No se ve, pero intuyo que en cuanto desaparecen de pantalla vuelven a su estado anterior y se acaban gritos, saltos y brindis.
Va a ser verdad que en nuestras sociedades todos nos creemos algo así como personajes de una ficción. Más bien mediocre, por cierto.