Llevaba unos días sin aparecer por la Redacción porque estoy en otras tareas. Esta mañana he ido por allí y tenía varios libros esperándome sobre la mesa. Dos de ellos me han mostrado de forma más que evidente las diferencias que existen entre la literatura y el entretenimiento. Esos dos libros son El símbolo perdido, de Dan Brown, y El museo de la inocencia, de Orhan Pamuk. Hagan ustedes un experimento: cojan tan sólo la primera página de cada uno de ellos y lean. En uno de los textos encontrarán alguna que otra imagen literaria risible y tópicos a granel. En el otro, que arranca con una escena de sexo, un lenguaje preciso y al mismo tiempo muy evocador.
No hace falta leer más para darse cuenta de que uno busca tan sólo el entretenimiento y el otro persigue algo mucho más elevado. En una entrevista publicada por XL Semanal el pasado domingo, el entrevistador recordaba a Brown que una vez Salman Rushdie dijo que sus libros (los de Brown) son tan malos que a su lado cualquier mala novela parece buena. Y el entrevistado contestaba con ese argumento tan manido de que cuando la gente disfruta leyendo un libro se tiende a pensar que es mala literatura. Excusa débil, porque la gran literatura es con frecuencia de lectura gozosa. Por ejemplo, el último libro del propio Rushdie (o Hijos de la medianoche, una novela deslumbrante con escenas que causan hilaridad).
Por supuesto, no me parece mal que haya gente que sólo lea best sellers. Mejor eso que nada (hay quien dice, no obstante, que algunos libros pueden causar mucho daño según a qué mentes). Lo que ya me gusta menos es que los lectores de best sellers piensen que eso es gran literatura. Las diferencias están demasiado a la vista.