Lo he visto en este blog y en otros similares. Cada vez que el autor o alguno de los comentaristas hacen alguna crítica sobre la calidad de un creador (da igual que sea escritor, músico, cineasta o de cualquier otra disciplina) que tiene mucho éxito comercial, aparecen apuntes indignados de personas que se consideran por alguna razón ofendidas. Se trata de textos del estilo de “quiénes son ustedes para decir lo que es bueno y lo que no”, o “pues a mí esos libros (pongan aquí películas, o piezas musicales o lo que sea) que ustedes dicen que son tan buenos me resultan insoportablemente aburridos y en cambio disfruto mucho con eso que a ustedes nos les gusta”.

¿Hay una regla universal para decir lo que es bueno y lo que no? Por lo menos, hay algunos criterios. A estas alturas de la función, creo que no tiene sentido empezar a razonar sobre por qué Cervantes, Shakespeare, Unamuno o Faulkner son muy grandes y en cambio Dan Brown, Tom Clancy o J.K. Rowling tienen éxitos comerciales inmensos pero producen una literatura de calidad muy inferior a los anteriores. Tampoco merece la pena perder un minuto en explicar que por más que Bustamante o AC/DC vendan muchos discos, Beethoven es superior. Y el cine de Billy Wilder o John Ford no es comparable al de Santiago Segura, aunque hoy por hoy este tiene muchos más espectadores.

¿Deben ofender estas consideraciones a quienes leen libros de Brown, oyen discos de Bustamante o disfrutan con el cine de Segura? Creo que no. Son libres de leer, escuchar y ver lo que quieran. Faltaría más. Pero eso no va a hacer que Brown, Bustamente y Segura entren en la historia de la cultura. Eso es así se pongan como se pongan. Y suelen ponerse muy violentos: un post en este blog en el que ironizaba sobre un tal Víctor Saltero, autor de obras de ínfimo nivel y ventas medias, batió el récord de descalificaciones al autor del comentario. Nunca Mann, Faulkner o Borges tuvieron tan ardientes defensores. Y ellos sí se lo merecían. Eran muy grandes.