La música de Weinberg se escucha muy poco por aquí. Por eso llama la atención que su obra tenga una presencia no diré que amplia pero sí significativa en las últimas semanas. En la Quincena han programado su Suite para orquesta y al mercado discográfico ha llegado hace apenas dos meses un álbum que incluye, entre otras obras, la Sonata para clarinete y piano, con Pablo Barragán y Sophie Pacini. Hay algunos ejemplos más, pero estos dos me parecen suficientes para apuntar que se está generando un cierto interés por la obra de este compositor soviético nacido en Polonia en 1919. O quizá sea mera casualidad. Ya veremos.
Músico de estilo neoclásico, muy influido por el folclore de las distintas regiones de la URSS, tuvo una relación de amistad muy profunda con Shostakovich, y se detecta una influencia mutua en sus obras. Weinberg no fue nunca un músico del régimen, pero el hecho de que su trabajo tuviera poca difusión hizo que pasara inadvertido aunque grandes figuras de la interpretación, como Richter o Rostropovich, lo tenían en muy alta consideración.
Tuvo que trabajar en obras alimenticias, escribiendo para el teatro, el cine y el circo, pero aún así dejó un catálogo clásico enorme, en el que destacan 22 sinfonías, cuatro óperas, docenas de obras de cámara y algunos conciertos. De entre estos últimos, quizá el más conocido sea el escrito para violonchelo y orquesta. Esta es mi propuesta para este primer fin de semana del nuevo curso. Disfruten.