Para su cuarta novela, Kirmen Uribe construye una historia compleja que transcurre a lo largo de un siglo y en escenarios tan diferentes como el País Vasco, Hungría y Estados Unidos. El punto de arranque es el viaje a Nueva York de un escritor vasco (alter ego del propio Uribe, baste decir que su nombre en la novela es ‘Uri’) con su familia. Se instala allí porque ha ganado una beca de la Biblioteca Pública de la ciudad para investigar acerca de la vida de una pacifista y feminista húngara, candidata varias veces al Nobel de la Paz. El material de estudio será una colección enorme de cajas con materiales de todo tipo recogidos a lo largo de 40 años por otra mujer fascinada por esa figura sobre la que quería escribir un libro que nunca hizo.
Como en otras novelas anteriores, Uribe entremezcla la peripecia del narrador y su familia mientras se instalan en la ciudad, con la de las dos mujeres. No solo eso. También aparecen otros personajes: amigos, funcionarios de la Biblioteca, vecinos del pueblo del narrador, hasta el presidente Wilson. Y en una vuelta de tuerca más, cambia la voz narrativa para ir contando las cosas desde diferentes puntos de vista.
Pese a su carácter de poeta o quizá precisamente por ello, Uribe es un narrador con una notable capacidad para hipnotizar al lector con su relato novelístico. Un relato en el que ilumina algunas cosas y hace elipsis con otras, y en el que al usar varios puntos de vista permite al lector percibir cómo la mirada lo cambia todo, cómo el mismo hecho es diferente según la posición en la escena que uno tiene.
(Publicado en elcorreo.com)