Las noticias que sugieren comentarios se multiplican y más para alguien que de forma inesperada tiene mucho tiempo libre. Estoy todavía abochornado por el asunto de los padres adolescentes, los jóvenes que ahora se disputan la paternidad, los abuelos que venden exclusivas, la protección de los menores literalmente arrasada por comportamientos groseramente mercantilistas, etc. Estoy tan abochornado que no pienso comentar nada, porque además este es un blog que trata temas culturales, aunque creo que detrás de ese tema lo que hay es justo una evidente falta de cultura y formación.
Les hablaré por tanto del carnaval. Nunca me ha apetecido demasiado estar en Río estos días (ya sé que muchos de ustedes estarán pensando que debo de ser muy raro, pero es que cada vez me van menos las multitudes), pero en cambio siempre he sentido envidia de quienes tienen la oportunidad de darse una vuelta por Venecia. No pierdo la esperanza de ir por allí algún año. Mientras, veo y leo todo lo que me lleva a ese lugar y a un tiempo, el barroco, con su arte y su música, sus máscaras y sus desfiles en el que me gustaría estar (al menos, un rato) si existiera una máquina del tiempo. Así que voy a releer Concierto barroco, un librito de Alejo Carpentier que reúne en un carnaval veneciano a Vivaldi, Haendel y Scarlatti, allá por comienzos del siglo XVIII.
Por cierto, todavía recuerdo mi asombro al enterarme de que el carnaval veneciano original duraba varios meses.