Hace un par de años, Ignacio Villameriel publicó Tras la flecha naranja. Siguiendo las huellas de San Ignacio, un libro que iba más allá de la guía viajera para adentrarse incluso en el terreno del costumbrismo en algunos momentos. Ahora repite la fórmula con un proyecto más vinculado a la literatura: seguir la ruta de don Quijote pero no tanto la que dibuja Cervantes como la que reconstruyó Azorín a comienzos del siglo XX.
De El Toboso a Toledo, Villameriel recorre caminos, habla con posaderas, camareros, agricultores, monjas y pastores; come cocido manchego y fritangas de panceta; sufre tardes con 36º a la sombra; comparte mesa en humildes bares con parroquianos pendientes de la televisión, y se encuentra con algunos personaje que bien podrían salir en cualquier película de Almodóvar. Literal, no en vano el cineasta es de la zona.
Por eso el libro es una guía de viajes y una crónica de costumbres de una España que también existe y que vota, que no suele pasearse por las redes sociales ni sale en los telediarios salvo que pase algo terrible en sus tierras. En estos tiempos en los que tanto se habla de esa España vacía, concepto que no sé si ha creado pero desde luego ha popularizado Sergio del Molino, La ruta del Quijote descubre una parte de ese territorio que se está quedando sin gente. Aunque de momento, ahí siguen algunos. Resistiendo y recibiendo a los visitantes con hospitalidad y socarronería.
(Publicado en elcorreo.com)