La última sinfonía de Mozart fue compuesta en un verano de prodigios. Y hablar de un verano de prodigios en el caso de alguien cuya vida estrictamente lo fue de principio a fin es mucho decir. Pero durante los meses centrales de 1788, el compositor salzburgués, que entonces tenía 32 años, escribió las sinfonías Nos. 39, 40 y 41, dos tríos para piano, la llamada Sonata fácil y otra sonatina para violín. Eso significa que el tiempo real de composición de cada una de esas obras fue poco más de una semana. Sería directamente increíble si no estuviera documentado por completo.
La Sinfonía Nº 41 (parece que el título Júpiter no lo puso él) es una obra solemne, triunfante podríamos decir, en claro contraste con la más oscura y dramática Nº 40, concluida apenas unas semanas antes. Es un Mozart más autoafirmativo, que parece preludiar a Beethoven. La paradoja reside en que en esos días el compositor atravesaba una etapa difícil a causa de graves problemas económicos y de que la aristocracia le había vuelto la espalda. Pero, de la misma manera que era capaz de componer en mitad de una ruidosa fiesta aislándose a su manera para hacer que la música sonara en su cabeza, también era capaz de olvidar las dificultades de su vida y hacer que su música sonriera incluso en las peores circunstancias. Es mi propuesta para este fin de semana. Disfruten.