El volumen de fraudes existente en el ámbito de la música clásica no es pequeño. Desde hace mucho tiempo algunos compositores han hecho pasar por obras de otros partituras que en realidad eran suyas. O por suyas piezas que eran de otros. En una etapa de la Historia en la que el mundo no estaba tan interconectado como ahora, mantener el engaño no era difícil. Ya les he hablado en este blog del caso de Chedeville, que llegó a un acuerdo con un editor de partituras para publicar Il pastor Fido, una obra suya, como si fuera de Vivaldi, lo que garantizaba un volumen de ventas muy superior. Y por tanto más beneficios para ambos (editor y compositor real de la pieza, no el bueno del cura pelirrojo, que quizá ni llegara a enterarse del fraude).
Otro caso relevante de fraude, aunque este con gran diferencia en el tiempo, es el de Giazotto y el Adagio de Albinoni. Ya saben la historia: primero fue una reconstrucción de una partitura del veneciano, recuperada tras el bombardeo de Dresde en la Segunda Guerra Mundial, y finalmente llegó la confesión. No había ni una nota de Albinoni y el famoso Adagio es enteramente de Giazotto. Pese a lo cual sigue apareciendo en discos y programas de concierto como si fuera de Albinoni.
Pasa lo mismo con el Ave María de Caccini, un compositor que vivió entre Roma y Florencia a caballo de los siglos XVI y XVII. En su momento, tuvo una gran celebridad pero hoy está prácticamente olvidado, al menos fuera de Italia. No digo olvidado del todo pero es paradójico que su nombre se mantenga en el recuerdo por una obra que no es suya. Se trata del Ave María, una pieza que hoy se sabe con seguridad que fue escrita por el compositor soviético Vladimir Vavilov, que por lo visto hizo un puñado de trabajos que fue atribuyendo a unos y a otros, como si fuera un musicólogo en plena tarea de rescate de partituras olvidadas.
Da igual. La pieza es muy bella y bien merece la pena que la escuchen. El fraude relativo a su autoría no le resta mérito. Se la dejo en la versión de Ainhoa Arteta. Disfruten.