Lo más positivo del año Cervantes es que han salido cervantistas hasta de debajo de las piedras. Ha sido un año pletórico, a efectos económicos, para todos ellos, en razón de la pasta que han cobrado por una ponencia aquí, un artículo allá.
Un buen ejercicio fiscal, sin duda, que ya hacía falta entre el sufrido
gremio de las letras Pero no seamos demasiado cínicos: hasta el menda
que esto suscribe se releyó La vida de Don Quijote y Sancho de Unamuno
para hacer una introducción a una charla sobre el tema.
Otra cosa es la gente. Estamos en tiempos de consensos prefabricados e impuestos por el engorroso método de la repitición. Este año podemos resumirlo así: fumar es malo, El Quijote es bueno. No salimos de este pensamiento básico y plasta.
Si Cervantes levantara la cabeza. Nos han metido el folclore del
Quijote hasta por las orejas. Se ha colado la opinión de que quien no
tuviera o comprara el Quijote -¿una edición del Quijote de una
editorial en concreto?- era un cafre al que se debía echar a los
leones. Sólo una persona ha puesto un poco de cordura en todo este festín de demagogia.
Me refiero a José Antonio Marina, que dijo que la obra había que
adapatarlo a un castellano que fuera intelegible para los escolares.
¿Por qué nadie se había dado cuenta de ello? ¿Por qué nadie decía que
El Quijote es muy difícil de leer? ¿Acaso porque no se leía?
Antes había desfiles militares, ahora hay conmemoraciones y aniversarios. Qué país, qué pereza.