No existe música clásica rusa propiamente dicha hasta el siglo XIX. No es que no se interpretasen obras en sus lujosos palacios, sino que Rusia importaba músicos de la misma manera que importaba arquitectos. No olvidemos que la ciudad de San Petersburgo es en buena medida una creación de Rastrelli, a quien llamó el zar para que hiciera la urbe más bella que fuera posible, imitando incluso a Venecia por aquello de que la nueva capital del imperio se asentaba en torno a numerosos canales. Se considera que Glinka es el padre de la música rusa, y vivió entre 1804 y 1857, lo que da una idea del tardío interés por promover una música autóctona.
Pero si Glinka es el padre, el gran compositor del siglo XIX es Chaikovski. De él dijo Stravinski que era el más ruso de todos, en respuesta a las acusaciones del Grupo de los Cinco, en el sentido de que su obra era demasiado germánica. Sea así o no, Chaikovski es sin la menor duda un infatigable creador de melodías. Siempre he pensado que por eso mismo es el compositor que hay que recomendar a quien quiere adentrarse en la música clásica sin ningún conocimiento previo. Con él está casi garantizado que el aspirante a aficionado quedará prendado de las melodías y querrá escuchar más cosas.
La obra que hoy les propongo es su Trío op. 50, una partitura que se planteó a regañadientes, respondiendo a una sugerencia de Nadezhda von Meck, su mecenas durante una década larga, y luego realizó de manera torrencial, bajo el impacto emocional de la muerte de Nicholas Rubinstein, maestro y amigo. Este trío es la primera gran obra de su género en la música rusa, y una de las piezas de cámara más notables de la segunda mitad del siglo XIX, por su envergadura y por la calidad de los temas que desarrolla. Todo el trío tiene un aire claramente elegíaco (lo que lo emparenta con el posterior trío de Rachmaninov, quien puede considerarse su seguidor en tantos aspectos), que se manifiesta desde los primeros compases. Estamos ante una obra triste (está dedicada “a la memoria de un gran artista”) pero muy bella. Se la dejo en la versión de tres grandes amigos, que son sobre todo tres enormes músicos: Martha Argerich, Gidon Kremer y Mischa Maisky. Disfruten.