Si ustedes leyeron Reina Roja, no habrán olvidado a una peculiar investigadora, Antonia Scott, dotada de una inteligencia que roza lo sobrehumano, y al tiempo atormentada por el drama de un marido que se consume en un hospital sumido en un coma irreversible a consecuencia de un error que ella cometió. Ni habrán olvidado tampoco al inspector Jon Gutiérrez, un tipo de Bilbao con capacidad para meterse en muchos problemas, pelirrojo, alto, voluminoso pero no gordo. O eso dice él.
Pues bien, en Loba negra están de nuevo ambos, en una aventura al límite de la que poco se puede contar sin cometer un pecado casi mortal. Juan Gómez-Jurado somete a sus personajes a todos los retos imaginables y lleva al lector a una velocidad de vértigo. Con frases cortas, párrafos que a veces tienen una sola línea, y descripciones de una contundencia enorme en apenas media docena de palabras, consigue que la acción avance a un ritmo frenético.
El texto está tan adelgazado –lo que no significa que la novela sea breve– que no sobra ni una palabra. Nada está de más en su relato, no hay ni una transición que no aporte información relevante, ni una escena que no tenga datos cruciales para entender la trama, ni un personaje que no esté plenamente justificado. Coja usted la película con más ritmo que recuerde y lea luego Loba negra, y el filme escogido le parecerá lento y moroso.
Y un último detalle. Jon Gutiérrez sueña con regresar a Bilbao y en sus sueños hay bares, pintxos, ambientes y rincones plenamente reconocibles. Juan Gómez-Jurado es madrileño pero conoce los secretos más apetecibles de la capital vizcaína mejor que muchos nativos.
(Publicado en elcorreo.com)