A comienzos de septiembre de 2018, Eduardo Mendoza publicó El rey recibe y anunció que era la primera entrega de una trilogía que tenía como protagonista a Rufo Batalla, un joven barcelonés que, tras una breve y no muy brillante carrera periodística –en la que solo se hizo con una exclusiva, pero que le dio mucho juego–, encuentra un empleo en la Cámara de Comercio española en Nueva York. Allí vive felices años de libertad a comienzos de los setenta, mientras mantiene una relación guadianesca con el príncipe Tukuulo, que aspira a recuperar el trono de un insignificante país que forma parte de la URSS, y su atractiva esposa, con la que tuvo un encuentro erótico justo el día antes de que la joven se convirtiera en princesa consorte.
En El negociado del ying y el yang, estamos ya en la primavera de 1975, el aire de cambio se respira en todas partes y Batalla comienza a hartarse de Nueva York. Justo entonces aparece de nuevo el príncipe y le hace otro peculiar encargo: entregar una carta en algún lugar de Extremo Oriente. Este es el punto de partida argumental de la novela –que se puede leer sin mayor problema desconociendo la primera–, en la que Mendoza despliega su talento para la caricatura, el hallazgo lingüístico, el juego de realidades paralelas y el humor en el más amplio sentido del término.
Batalla viaja a Oriente y a Alemania, recibe una herencia, tiene problemas para encontrar empleo en Barcelona y descubre una singular vocación literaria en su hermano. Todo ello, contado con elegancia, en ese todo de ‘comedia ligera’ que da título a una de sus novelas de más éxito. En su discurso de recepción del Cervantes, Mendoza hizo una vibrante defensa del uso del humor en la literatura. Más aún, de la misma literatura de humor. Así sigue.
(Publicado en elcorreo.com)