Graham Greene fue un escritor de éxito, a quien sin embargo le fueron negados algunos grandes premios. Como dice Vargas Llosa en el epílogo de El final del affaire, probablemente fue porque no consiguió la obra maestra que su talento podía haber creado. Creo que le sucedió como a William Somerset Maugham, a quien por cierto, el narrador-protagonista de la novela se refiere en varias ocasiones cuando dice que los críticos apuntan que él, un escritor que no pasa de mediocre, podría convertirse en un émulo del autor de Servidumbre humana. Dos escritores –ahora hablo de Maugham y Greene– con mucho talento, autores de obras de éxito, con argumentos interesantes y personajes bien perfilados, a las que les falta un chispazo de genio. Dicho lo cual, conviene recordar que escritores inferiores a ambos lograron galardones de prestigio, incluido el Nobel.
En esta novela, traducida hasta ahora como El final de la aventura, Greene pone sobre el papel los grandes temas que definen su obra: el amor, la religión, la libertad, la lealtad… El punto de partida tiene su originalidad: el protagonista, el citado escritor, se encuentra un día con el marido de quien, durante los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial, fue su amante. El hombre está preocupado porque cree que ella se ve con alguien y pide un favor al protagonista: que haga unas gestiones con un detective privado para que averigüe de quién se trata. A partir de ahí, el protagonista reconstruye la historia de la relación, en capítulos que se mezclan con un diario que llevaba la mujer, donde a su vez va contando los encuentros con él.
El final del affaire presenta los habituales personajes dubitativos y torturados de Greene y una dosis de amargura que está presente en la mayor parte de sus novelas ‘serias’. Como dice Vargas Llosa, no es una obra maestra pero está muy encima de la media de lo que llega cada semana a las mesas de novedades.
(Publicado en elcorreo.com)