Pura casualidad. En los últimos días he leído un libro de Sergio Pitol, ‘El mago de Viena‘,
un buen libro, algo inconexo, más o menos como la vida misma. Es una
obra autobiográfica, con muchas páginas sobre sus lecturas e
influencias, sobre cómo se hizo a sí mismo como escritor: es decir, una autobiografía muy literaria, quizá demasiado literaria. En cierto modo me recordaba lo que me había dicho hace bien poco
Lorenzo Silva: en la literatura hispana aparecen muchos periodistas,
escritores, diplomáticos y abogados, casi nunca electricistas. Será
que no se les ve el glamour, aunque Elvira Lindo ha demostrado lo buena
que puede ser una novela que trate de barrenderas.
A lo que iba: que me gustó Pitol más por sus modos autobiográficos que por su fondo. Se detectaba verdad en sus páginas, incluso en algunas de ellas de carácter bastante alucinógeno. Me he enterado luego de que en muchos de sus libros se ve a la persona que hay detrás del escritor. A mí la verdad, la verdad literaria, me gusta, y la imaginación me aburre: debo ser un corto mental que no da para más. Por eso estoy e,
la reedición de los ‘Diarios’ de Gombrowicz, el segundo volumen de las
‘antimemorias’ de Bryce Echenique y el retrato que hace de su padre
Hanif Kureishi en ‘Mi oído en su corazón’, entre otros muchos.
Estamos rodeados de mentiras, de ficciones, de exageraciones. Un poco de verdad, de realidad, nunca viene mal.