Desde su debut literario, hace ya más de una década, Félix G. Modroño se ha caracterizado por ambientar sus novelas en el pasado –aunque en algún caso con un paseo por el presente–, cuidando especialmente la ambientación referida a escenarios, hechos históricos, personajes reales e incluso costumbres. Su novela más exitosa, La ciudad de los ojos grises, es un claro ejemplo de ello. El Bilbao de hace más o menos un siglo en el que transcurre la acción se impone incluso por encima de la trama y los personajes hasta adquirir el mayor protagonismo.
La fuente de los siete valles es un ejemplo de esta forma de trabajar. La acción se sitúa básicamente entre Logroño y San Millán de la Cogolla, con algunas escenas en Madrid y Bilbao. La trama se articula en torno a la búsqueda de un libro por parte del protagonista, un sacerdote riojano que ha vivido en Roma, y que regresa a su tierra para realizar esa delicada tarea. El volumen estuvo en el monasterio de Yuso pero las vicisitudes derivadas de la desamortización, el abandono en que quedó el inmueble y la rapiña de unos y otros causaron su pérdida.
Al regresar, Pablo Santos, que ese es su nombre, se encuentra con una mujer de la que en la juventud estuvo enamorado pero de la que se alejó camino del sacerdocio. Ahora ella está casada con un hombre rico, mucho mayor, y que tiene, más o menos a la vista de todo el mundo, una amante exótica. La búsqueda del libro y la relación recuperada con Lucía son los ejes de la novela, que se adentra en su último tercio en el terreno del relato fantástico.
Modroño introduce en su relato a María de la O Lejárraga cuando aún era una niña, al marqués de Murrieta, Espartero, Menéndez Pelayo y hasta Nicolás Moya, el creador de la librería de Madrid que ha ostentado durante décadas el título de más antigua de la capital y que anunció su cierre el pasado enero. Esos personajes le sirven para añadir dosis de realidad y dar verosimilitud a la historia.
(Publicado en elcorreo.com)