Algún día hablaremos del papel que han tenido los religiosos -aquí y en otros lugares- en la conservación y actualización del patrimonio musical. En los conventos medievales se ha preservado durante siglos un conjunto de piezas extraordinarias que de otra forma se habrían perdido. Y en tiempos más recientes han sido muchos los clérigos que, gracias a su formación por un lado y su afán por adentrarse en el folclore local por otro, han hecho una verdadera tarea de musicólogos fijando melodías a punto de perderse o armonizando otras.
Es el caso de Aita Donostia. Su nombre estará vinculado para siempre a Lecároz, pero conoció a grandes músicos de su tiempo, tanto compositores como intérpretes, visitó París con gran provecho y se empapó de las corrientes con mayor influencia en su tiempo. En su catálogo dejó un buen puñado de obras que parten de melodías populares convenientemente arregladas (y muy mejoradas). Una de las más conocidas es sin duda esta Oñazez (Dolor), cargada de melancolía. Se la dejo en la versión de Josu Okiñena. Disfruten.