Decir piano es decir Chopin. También se asocia el instrumento a más compositores, seguro. Ahí están también Debussy, Albéniz, sin cuyas obras no se entiende el repertorio pianístico. No se puede olvidar a Beethoven, autor de la más gigantesca colección de sonatas; ni a Brahms, capaz de emocionar sin estridencias; ni a tantos otros. Pero íbamos con Chopin, que a diferencia de los anteriores es un compositor que se dedicó casi exclusivamente a ese instrumento.
Dentro de su obra, destacan las colecciones de miniaturas muy por encima de partituras en principio más enjundiosas (y que, sin embargo, no lo son) como sus dos conciertos o las sonatas. Sus nocturnos, preludios, mazurkas, scherzos, impromptus, valses… son pequeñas maravillas. Piezas en muchos casos de pocos minutos (algunas, ni llegan) que deslumbran por su intensidad melódica, la dificultad técnica o la brillantez con la que están definidas. Quizá la más popular de esas colecciones sea la de las Polonesas, uno de esos caballos de batalla de cualquier estudiante de piano, y desde luego una joya para cualquier pianista.
Les dejo esta Polonesa Heroica, desbordante de pasión, energía y belleza. He dudado entre dos versiones: la de Arthur Rubinstein (un Rubinstein ya muy mayor, en una grabación técnicamente muy buena y en color) y la de Martha Argerich (filmación bastante pobre, en blanco y negro, correspondiente a los 24 años de la artista); la veteranía más serena del polaco, y la juventud arrolladora de la argentina. He optado por esta última. Espero que les guste.