Este verano estaba sentado en una heladería al lado de un campo de golf. Atardecía y unos niños jugaban con un erizo muerto. Unas post adolescentes hablaban sobre si con la danza del vientre te sale tripita. En el bar, la televisión estaba sintonizada en la ‘MTV’. Todo parecía una mala imitación de una novela de F. Scott Fitzgerald. Entonces empezó a sonar una canción de esas que ponen la carne de gallina. Me planté debajo de la pantalla para leer en los títulos a quién pertenecía aquella voz. Era Amy Winehouse cantando «You Know I’m No Good». Si el erizo hubiese resucitado para bailar con las jóvenes mientras chorros de helado llegaban hasta el cielo desde los hoyos no me habría enterado.
Este fin de semana pudieron disfrutar en el periódico de un excelente perfil de la autodestructiva Amy escrito por Pablo Martínez Zarracina. El título es un dardo en la diana -Corazón tóxico- y si lo leen podrán conocer toda la alocada vida de esta mujer, desde sus problemas con el alcohol hasta las tontas ideas de sus suegros.
Amy, con sólo 23 años, es una cantante que parece de otra época y no es casual que en su último disco haga una mención a Specials y a las Shangri Las. No sólo su música es genial sino que sus letras tienen un punto biográfico estremecedor. En ellas, esta multiadicta habla de su negativa a visitar las clínicas de rehabilitación y confiesa sin tapujos: «Soy un problema». En algunos momentos recuerda a esas canciones agónicas de Etta James grabadas después de que los dueños de su compañía, la Chess Records, la hubieran prácticamente raptado de la clínica de desintoxicación donde intentaba curarse. Después de cantar unas horas en el estudio -para que la máquina de hacer dinero siguiera funcionando- volvían a encerrarla para que continuara el tratamiento.
Etta James, Winehouse y otras siguen el camino de monstruos como Billie Holliday. En ellas, la intensidad de sus canciones sólo es un reflejo de la tensión de sus vidas. Estos casos me hacen pensar en una pregunta que el protagonista de la novela ‘Alta Fidelidad, de Nick Hornby, se plantea en un momento de la historia. Viene a ser algo así como: En nuestra educación sentimental, ¿nos volvemos una gilipollas melodramáticos porque escuchamos canciones de corazones rotos y traumas amorosos o, por el contrario, escuchamos esas canciones porque ya llevamos esa carga encima?