Es probable que ustedes no hayan oído hablar de Anton Arenski, con lo que la profecía de su maestro, Rimski Korsakov, se habrá cumplido. Dijo de él que sería rápidamente olvidado. Claro que puede que hiciera un pronóstico tan negativo porque en vez de seguir la estela de su influencia como profesor, el discípulo prefirió optar por la de Chaikovski. Sea como fuere, Arenski es muy poco conocido fuera de Rusia y sus obras son de difícil localización en una tienda de discos, por bien surtida que esté.
Reconozco que conocí esta obra por casualidad. En un saldo de discos del sello soviético Melodía, en los tiempos en que la URSS acababa de convertirse en historia, vi que se anunciaba el Concierto para piano y orquesta de este compositor de quien yo no recordaba haber escuchado nada hasta ese momento. Indagué un poco sobre él y, dada mi debilidad por la música rusa y en especial por la de finales del siglo XIX y primera parte del XX, lo compré. Y me gustó. No se trata de un concierto como los de Chaikovski o Rachmaninov, por supuesto. Ni siquiera como los de Glazunov. Ni presenta el aire de modernidad de Medtner. Ni el dramatismo contenido de Shostakovich o la violencia cruda de Prokofiev. Pero ese aire chaikovskiano se percibe con facilidad y hay pasión y exceso, como pasa tantas veces en la música de aquel país. Escúchenlo y ya me dirán si les ha gustado.